Paradojas de la historia
La historia mundial está repleta de curiosidades. Una de ellas consiste en las frases sarcásticas que, emitidas a través de los tiempos, ofrecen perogrulladas, verdades y contradicciones. Y también coincidencias de ideólogos dispares en sus ideas, como cierta frase de Lenin: "Cuando llegue el momento de ahorcar a los capitalistas, competir n entre ellos para vendernos la soga a menor precio". Si bien lo dijo un comunista, obsérvese que un firme creyente en la hacienda personal, como John Galbraith, reflexionó: "Bajo el capitalismo, el hombre explota al hombre. Bajo el comunismo es justo lo opuesto". El economista Galbraith seguramente no se enteró del ácido pensamiento debido a Kirk Kerkorian: "Si los economistas tuvieran alguna utilidad en los negocios serían ricos, en vez de ser asesores de ricos".
Pero ocurre que la vida suele ofrecer aspectos no previstos por las m s finas ironías. Hubo un hombre que intentó tener éxito en los negocios pero, al fracasar varias veces, abandonó esa ambición teniendo 31 años. Optó entonces por la política, pero fue derrotado en las primeras elecciones en que se presentó para legislador. Pensó que había errado y quiso volver a la actividad mercantil, en la que volvió a frustrarse menos de dos años más tarde. Al año siguiente perdió a su novia, muerta inesperadamente. A los 36 años, ante ese cúmulo de infortunios, sufrió un serio colapso neurológico, pero pudo reponerse e insistió en presentarse a comicios como candidato, que volvió a perder, cosa que se repitió cuando tenía 43 años, un lustro más tarde. Tres años después fracasó en ser elegido miembro del Congreso, derrota repetida al poco tiempo. Al cumplir 56 años quiso ser vicepresidente de su país, lo que fue imposible, y en las elecciones siguientes se postuló como senador nacional. Nuevo y último fracaso. Porque al poco tiempo logró ser elegido presidente de los Estados Unidos.
Estoy refiriéndome a Abraham Lincoln, que como se ha visto, tuvo una existencia de desmesurados descalabros. Resulta increíble, pero en sus cuatro años como primer magistrado pasó a la historia por su formidable acción de gobierno y su lucha incansable contra la esclavitud. Como si una maldición lo persiguiera, dos años después de concluir el período fue asesinado en un teatro de Washington, el Ford's. Baleado, murió al día siguiente, víctima no de un crimen aislado, sino de una de las típicas conspiraciones estadounidenses comandada por su propio ministro de Guerra. Pero la carrera del gran estadista norteamericano resulta una infrecuente lección de vida y de persistencia humana. Melancólicamente, y como renovada muestra del fisgoneo de la historia, en agosto de 2004 se realizó en Los Angeles una subasta de muchas rarezas, entre ellas un mechón de pelo ensangrentado de Lincoln, con un certificado de autenticidad: era la guedeja que debió cortar el cirujano para extraer, inútilmente, la bala incrustada en el cráneo. La inquietante reliquia fue finalmente vendida en mil quinientos dólares.
Entre tantas extrañezas poco conocidas, vale la pena detenernos en el nuestro, para recordar que un argentino llegó a ser presidente de Chile: era el prestigioso almirante Manuel Blanco Encalada, porteño, que luego de ser comandante en jefe de la escuadra trasandina, obtuvo la primera magistratura del país vecino.
Asimismo, el primer ministro de Marina que tuvimos fue el comodoro Martín Rivadavia, quien era nieto del primer presidente, Bernardino Rivadavia. Las actuaciones de nuestros connacionales en otras naciones no son escasas. Ya que la bandera argentina flameó en California gracias al corsario francés al servicio de Buenos Aires, Hipólito Bouchard. Pero otros seis argentinos de nacimiento -marinos todos- participaron en la batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, donde la Armada británica derrotó a la alianza militar de España y Francia, si bien tuvo un luto nacional: la muerte del almirante Horacio Nelson.
Curiosidades buenas y malas, hechos insólitos, toda la gama de lo que en definitiva no es más que la vida humana.
Pero ocurre que la vida suele ofrecer aspectos no previstos por las m s finas ironías. Hubo un hombre que intentó tener éxito en los negocios pero, al fracasar varias veces, abandonó esa ambición teniendo 31 años. Optó entonces por la política, pero fue derrotado en las primeras elecciones en que se presentó para legislador. Pensó que había errado y quiso volver a la actividad mercantil, en la que volvió a frustrarse menos de dos años más tarde. Al año siguiente perdió a su novia, muerta inesperadamente. A los 36 años, ante ese cúmulo de infortunios, sufrió un serio colapso neurológico, pero pudo reponerse e insistió en presentarse a comicios como candidato, que volvió a perder, cosa que se repitió cuando tenía 43 años, un lustro más tarde. Tres años después fracasó en ser elegido miembro del Congreso, derrota repetida al poco tiempo. Al cumplir 56 años quiso ser vicepresidente de su país, lo que fue imposible, y en las elecciones siguientes se postuló como senador nacional. Nuevo y último fracaso. Porque al poco tiempo logró ser elegido presidente de los Estados Unidos.
Estoy refiriéndome a Abraham Lincoln, que como se ha visto, tuvo una existencia de desmesurados descalabros. Resulta increíble, pero en sus cuatro años como primer magistrado pasó a la historia por su formidable acción de gobierno y su lucha incansable contra la esclavitud. Como si una maldición lo persiguiera, dos años después de concluir el período fue asesinado en un teatro de Washington, el Ford's. Baleado, murió al día siguiente, víctima no de un crimen aislado, sino de una de las típicas conspiraciones estadounidenses comandada por su propio ministro de Guerra. Pero la carrera del gran estadista norteamericano resulta una infrecuente lección de vida y de persistencia humana. Melancólicamente, y como renovada muestra del fisgoneo de la historia, en agosto de 2004 se realizó en Los Angeles una subasta de muchas rarezas, entre ellas un mechón de pelo ensangrentado de Lincoln, con un certificado de autenticidad: era la guedeja que debió cortar el cirujano para extraer, inútilmente, la bala incrustada en el cráneo. La inquietante reliquia fue finalmente vendida en mil quinientos dólares.
Entre tantas extrañezas poco conocidas, vale la pena detenernos en el nuestro, para recordar que un argentino llegó a ser presidente de Chile: era el prestigioso almirante Manuel Blanco Encalada, porteño, que luego de ser comandante en jefe de la escuadra trasandina, obtuvo la primera magistratura del país vecino.
Asimismo, el primer ministro de Marina que tuvimos fue el comodoro Martín Rivadavia, quien era nieto del primer presidente, Bernardino Rivadavia. Las actuaciones de nuestros connacionales en otras naciones no son escasas. Ya que la bandera argentina flameó en California gracias al corsario francés al servicio de Buenos Aires, Hipólito Bouchard. Pero otros seis argentinos de nacimiento -marinos todos- participaron en la batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, donde la Armada británica derrotó a la alianza militar de España y Francia, si bien tuvo un luto nacional: la muerte del almirante Horacio Nelson.
Curiosidades buenas y malas, hechos insólitos, toda la gama de lo que en definitiva no es más que la vida humana.
1 comentario:
muy buen post, amigo, te felicito...
escuchando 11 - Bwana\Las Pelotas - Mascaras De Sal (1994)
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